Un domingo 28 de junio despertaba con la noticia de la consumación del golpe de estado al presidente Manuel Zelaya, la conmoción me invadió como la impotencia de poder presenciar un hecho tan bochornoso y fatídico para el país, me dirigí hacia la plaza central de la ciudad y me sume a la manifestación en reproche de la ruptura del orden democrático. Volvíamos de nuevo a la década oscura de los ochenta: persecución, asesinatos selectivos de lideres sociales, la cacería a todo aquello que oliera a comunismo.
Por más de seis meses permanecimos en las calles sin mediar ningún espacio de las mismas, así mismo me integre a las filas del FNRP “Frente Nacional de Resistencia Popular”, coyuntura en la que me toco converger con referentes de la lucha social y política del país. Las alamedas se abrían paso a lo que se deslumbraba como un movimiento genuino después de la huelga del 54, era como andar por un salón con paredes repletas de fotografías y la infaltable postal de El Ché, las canciones de protesta se había vuelto todo un devocional, las canciones de Guaraguao, Víctor Jara, Silvio Rodríguez, el fervor revolucionario me acompañaba a cada lugar donde iba.
Así también daba inicio a uno de los procesos creativos más importantes como lo es la escritura de poesía, armándome de la fuerza de la palabra, así seguía literalmente aquella frase de Allende de que todo joven debía ser revolucionario para no ser una contradicción hasta biológica y le agregaría ontológica. Luego empecé a organizarme en la universidad logrando alzar el FRU frente de reforma universitario en una de las ciudades más conservadoras del país, para el 2013 ya conformados como partido Libre, me integro al trabajo tesonero de las bases en respaldo de la candidata a Xiomara Castro en su primer proceso electoral, ahora presidenta democrática de Honduras. Era de las primeras veces que me involucraba en la política partidaria, creyendo en un proyecto de país.
Así recorrí pueblos, visitamos colectivos y todo aquello que sumara a la refundación de Honduras.
La escalada de persecución iba en ascenso luego del primer fraude electoral, el Orlandismo daba seguimiento a la militarización del país, el establecimiento del famoso Plan Colombia en Honduras, por ende tocaba ser estratégico, dejar de tener la acostumbrada vida nocturna del trópico, salvaguardar la integridad, mientras las redes surgían como un instrumento de denuncia, critica y todo lo que se pudiese hacer desde ese espacio, menos compartir fotos muy personales, acto que lo tome como el inicio de un marginamiento y destierro que llevaría más de cinco años por el involucramiento en el movimiento social, cosa de la que no he dado marcha atrás mucho menos verme en la necesidad de comercializar mis principios, por muy complejas que fueran las repercusiones
.
Cuando sale el escandalo del latrocinio del Seguro Social, denunciado por un periodista referente en ese entonces y la población sale masivamente a las calles con antorcha en mano, sin mediar me sumo a las movilizaciones de mi ciudad Comayagua, logrando coordinar dicho movimiento con otros jóvenes, durante meses salimos todos los viernes por la tarde a las calles, exigiendo justicia, cárcel para los saqueadores de dicha institución, el escándalo de que estábamos bajo un narcoestado era un grito a voces, aunque los medios en su mayoría estaban en contubernio con el régimen, la descomposición social nos hacia vivir en una caldera.
Cada conversación en la calle hablaba de que en cualquier momento estalla la crisis social, el estado fallido o sociedad fallida para algunos, algo que no se puede dejar a un lado es el día que me desperté con el crimen de la compañera Berta Cáceres, era como si las señales de la Honduras invivible, masacrada, fuera más evidente. Al llegar a la ciudad donde se le iba a dar sepultura a Berta, me perdí entre la consternación y el mar de gente que miraba una Honduras sujetada en nuestros puños, unos lloraban y otros nos íbamos forjando de la sangre de nuestros mártires, haciendo memoria de todo el proceso de lucha.
Llegaba de nuevo el proceso de elecciones, como ciudadano, artista, me integre a apoyar la alianza, el triunfo era eminente, como el deseo de derrocar al régimen cachureco, pero el fraude electoral otra vez se volvía a imponer. De nuevo tocaba salir a las calles, esa cátedra que la vida nos imponía de golpe en golpes, Karma, luego de un desgaste de años, proyectos botados, al igual que una carrera profesional, llegaba el momento de tomar la decisión de salir; buscar nuevos horizontes, un respiro, así que mirando el éxodo masivo del 2018, algo inimaginable, hasta profético para Centroamérica, toda una crisis humanitaria, en el 2019 tomo la decisión de sumarme a la segunda caravana de migrantes que salía del país, viviendo en carne propia la tragedia migratoria, ese drama que por semanas capto la atención de los medios internacionales, y sin el deseo de llegar al añorado “sueño americano” sino que quedarme por el tiempo que fuese necesario en México.
Un México que con todo su legado he historia empezaba a forjar una visión de mi persona, pasaba de ser un forastero buscándole a la vida, a converger en la vida social, cultural y académica, así inicie un ciclo lleno de aprendizajes, un duelo por esa negación de dejar el país, una Honduras que no me ofrecía nada, y un México tan conocido como un amigo entrañable.
Las tardes de librerías y bibliotecas se volvieron exquisitas. Al caminar por Guadalajara caminaba por ese Laberinto de Octavio Paz, la poesía misma se volvía cruel en mis manos, una pandemia que nos obligaba a replantear todo, a buscar otros horizontes, alternativas, silencios, a recorrer lagos, ranchos, veredas, hasta que toco el momento de partir a la capital CDMX.
Llegaba entonces a la ciudad más surrealista, diversa y poblada, me recibieron en Tochan, una casa de migrantes, desde el segundo día ahí que ya era tiempo extra no dude en quedarme a servir, a darle algo de propósito a lo que venia haciendo. Ver a Monseñor Romero en una pared, me trajo confianza y compromiso de servir. Apoye como voluntario o encargado por un año del albergue de migrantes, hacia carrera en la defensa de los migrantes, ya no era solo un refugiado sino una voz que insistía en cada espacio sobre el derecho a migrar, sobre temas humanitarios los cuales ya los había tratado en la poesía.
Luego fue el viaje hacia el norte de México, Chihuahua, un encuentro con tierras de nadie: lo agreste del desierto, el origen de la revolución, el encuentro con mi compañera y camarada de mil batallas, la otra óptica que me toco presenciar no solo de la migración sino de la metáfora que suele ser un desierto, ciudad desde donde presenciaba el proceso electoral 2021.
Llegaba el momento de ponerle un alto a un régimen de doce años, así fue, un pueblo salía masivamente y derrocaba la dictadura, había fiesta, fue al super a comprar un vino y a la distancia me sumaba a la algarabía popular, luego caía en razón de que llegaba el momento de retornar después de tres largos años de ausencia, un retorno sentido como el llegar a un lugar del cual nunca se salió y al cual no he terminado de llegar.
—————————–
Autor :
Jorge Madrid (Comayagua, Honduras) Poeta, gestor cultural, voluntario en asistencia humanitaria a migrantes, licenciado en administración de empresas egresado de la UNAH, defensor de derechos humanos en el contexto de movilidad en México. Ha publicado poemas en la Antología de poesía “Legión Barahúnda” Movimiento literario “Lienzo Breve” Diario La Tribuna, Diario Co latino de El Salvador, Revista Círculo de poesía de México, y Resistance Words de Australia, Bitácora Del Párvulo.