Distintos episodios de mi vida me han llevado a crecer en medio de la palabra de sabedores y sabedoras que desde su experiencia, de alguna manera, han influenciado mi existencia, alrededor del fuego, en casas de pensamiento (lugares tradicionales que evocan el aula de una escuela de crecimiento humano bajo la dirección  de una cosmogonía propia) donde durante noches enteras, a veces semanas, me fui construyendo como médico, forjada en palabras que se graban como letra imprenta en el alma, lo que se conoce como el patrimonio de la tradición oral.

Tuve la fortuna de crecer en este entorno desde mi adolescencia, apreciando con gran gratitud cada uno de estos encuentros que hoy se anhelan en una sección interna de mi ser y que a raíz de la presencia de la era de la pandemia se han ido desplazando, a convertirse en prácticas que luchan por su pervivencia al interior de cada hogar, de cada comunidad, donde poco a poco se fueron desplazando los ritos colectivos de aglomeraciones de individuos procedentes de distintas culturas, danzando, compartiendo medicinas, cantos y maneras de vivir.

La pandemia ha llegado desplazando estos encuentros, en donde todos al unísono de los tambores, resonábamos en un mismo propósito: La constante búsqueda de encontrar una común unión personal y una interrelación más sensitiva y de bienestar con el entorno.

Sin embargo, la pandemia también ha traído sus regalos, la posibilidad de confinarse y abrazarse a sí mismo, (para muchos de manera forzada) la posibilidad de escucharse más y de buscar otras maneras y alternativas de que la fuerza colectiva predomine y la vibración de muchos, converja en propósitos comunes donde nos alentemos a continuar en medio de una sociedad que por momentos nos inunda de temor, al observarla desvanecerse en medio de las inequidades gubernamentales, de las pesadumbres de muchos, y las evidentes vulnerabilidades de la mayoría de la población, en este caso, específicamente, en la contemplación de un continente que durante mucho tiempo ha resistido en la lucha del pueblo, contra el desbalance del poder que subyuga y limita las oportunidades  de desarrollo.

No basta solo con contemplar, el detenerse a mirar todas estas situaciones que aquejan no solo mi país, sino los países hermanos, no solo mi pueblo originario, sino los pueblos originarios que nos anteceden a todos, y ver cuantas riquezas aguardan al interior de cada uno, y que pese a ello vamos camino a la vía de extinción, contemplación que nos invita con ahínco a propiciar rutas donde la tradición oral no muera y siga su curso y su propósito, el propósito de llegar a muchos, y hacerse vida en diferentes conciencias.

En esta búsqueda, la actualidad ha propiciado canales de comunicación que otorgan la posibilidad de mantenernos “conectados” lo cual no es difícil cuando transitamos por una era de consumismo virtual, en particular, un sobre consumo de las redes sociales que se han convertido en la manera de acompañarnos y llenar el vacío de no sentirnos seres sociables.  Este sobre consumo ha acarreado muchas cosas, algunas veces, el riesgo a perder identidad o a caer en la confusión entre la aglomeración de información que recorren los muros de cada una de estas redes.

Valiéndonos de este sobre consumo, se pone en consideración el impacto que genera el emplear estas cadenas de comunicación en la trasmisión de aquellos saberes que aportan en la evolución de la conciencia humana y que fomentan esperanza o visiones de un proceso social de alguna manera más equitativo, realmente, desde este punto de vista, considerando que todo aquello que genera una influencia social masiva puede ser un agente de cambio de manera inevitable.

Con estas apreciaciones, surge la iniciativa de fomentar espacios de integración, donde esta vez, quizás no compartimos el fuego que abriga una casa de pensamiento, pero se enciende la intención de un fin común al interior de una plataforma digital, que, de alguna manera, recrea por un momento un recinto donde sin límite de frontera, espacio o economía, nos reunimos. Allí surge realmente una esperanza, nos damos cuenta que se trascienden las fronteras y entonces, surge la unidad.

En el ritual de sentarse en círculo a escuchar distintas fuentes de saber, se va entretejiendo la palabra en torno a un tema específico que en el acto se plantea, allí, surge la creación colectiva con la que se surge también la intención de que sea una palabra que amanezca, es decir, una palabra que se materialice.

Hoy, puedo sentir que una parte de mí se va llenando en medio de cada encuentro en la “casa digital” donde para este tiempo, hemos planteado un tema que quizás por la situación que aqueja el mundo, se pronuncia como una necesidad primaria: La salud.

Así, ha nacido para este tiempo memorable, un movimiento que pretende forjarse en el trascurrir de los años y los países, un movimiento que hemos decidido llamar: Latinoamérica Medicinal, el cual ha venido integrando médicos de distintos lugares del continente que reconocemos desde la cosmogonía ancestral como el Abya Yala, puedo decir con certeza que a este día, lo miro con la amplitud de una América, una América nativa que se extiende superando los límites de las desigualdades y la subyugación de muchos pueblos.

Hoy este movimiento va dando sus primeros frutos,  teniendo el gusto de respirar el logro de un evento magno que sin precedentes fue culminado el pasado 24 de junio, que poco a poco fue tomando cuerpo propio, y que casi guiado por una fuerza mayor, se podría decir, fue celebrado como acontecimiento del año nuevo para nuestros pueblos, el Inti raimy, We tripantu, Willka Kuti, se fue saboreando entre el entrar y salir de los conocimientos que en torno de la medicina , vestido en bata de doctor o en atuendo de curador, llenó el espacio y los corazones de muchos seres, sembrando la visión de una cultura nativo americana profundamente rica, que plantea salidas a las encrucijadas de las enfermedades y nuestros sistemas de salud.

El gozo de haber culminado este primer gran evento se pronuncia con más fuerza cuando se recogen las palabras de muchos seres que desde distintos lugares, sin pretenderlo, fueron encontrando respuestas a sus inquietudes, a sus búsquedas quizá antes no pronunciadas o reconocidas.

Es este el inicio de un largo tramo que se espera, continúe su curso como el rio, un rio que quiere fluir en su cauce hasta encontrarse con la gran mar, donde en confianza se anhela contemplar que como humanidad podamos acceder a aquellas memorias del ayer, que aguardan maneras de preservar la vida y de curarla de formas más puras y más adheridas a nuestra verdadera naturaleza.

En verdad, es este un planteamiento de una trayectoria que se visiona tangible, que nos ha regalado la ruta digital y que, aunque para muchos ha sido un reto de adaptación, nos va llevando a vivir una era futurista sin perder nuestras antiguas tradiciones.

Puedo decir a ciencia cierta, que este día festejo el gozo de continuar forjándome como persona alrededor de la palabra, que mientras subsista en su visión y en la proyección de ser trasmitida, seguirá siendo una herramienta poderosa de trasformación y de creación colectiva.

De todo esto, tengo para decir, que pese a la frialdad que experimentaba en un escenario virtual, he aprendido a sentir tras la pantalla, el abrazo cálido, la sonrisa estimulante, el canto estremecedor y la cercanía de todos aquellos que desde sus casas hacen presencia, al leer, al ver y al permitirse apreciar lo que con esmero y esfuerzo se sueña y se lleva a este medio, en este momento, puedo agradecer la capacidad de comunicar de la cual todos hemos sido dotados, y espero con gran anhelo, siga siendo una virtud que se expanda de manera positiva, por nosotros mismos y por los tiempos que nos aguardan.

Por Xochi Bucuru 

Fotografía : Mariela Alvarez 

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