Cómo respondemos a los desafíos de la emergencia climática desde el encuentro y
reconocimiento de la interculturalidad?
Melisa Cáceres
El acercamiento a las culturas que habitan los territorios respecto a su relación con la tierra, puede ser un diálogo de saberes que nos lleve a construir un nuevo lenguaje con el cual descubrir cómo podemos construir vías alternas para habitar el planeta sobrellevando la crisis climática. En este caso, por vías alternas, se busca referir a un modelo social, político y económico que considere la naturaleza como un ser vivo portador de derechos inalienables: un Ser con posibilidad de ser cuidada y respetada.
Se parte de reconocer y aceptar que la forma en la que recibimos información sobre el territorio, desde nuestra niñez, construye nuestro imaginario y por tanto, nuestro proceder con la tierra: nuestras costumbres (sentir), nuestras prácticas económicas (razonamiento) y uso de los recursos naturales (actuar). Por lo tanto, en la formación de nuevos hábitos (nuevas voces válidas y legítimas desde el respeto) podremos avanzar en unas prácticas conscientes y cuidadosas con la tierra, nuestra madre.
En este sentido, se conceptualiza la interculturalidad como el encuentro de diversos lenguajes y saberes procedentes de un proceso de endoculturación que cultivó el sentir, el razonamiento y el actuar con la tierra (uso de la naturaleza, el suelo y sus recursos). Aquí no se trata de generar un debate de lenguajes entre el académico, el empírico o el ancestral para definir cuál es más válido o veras, se trata de hacer un rastreo de diversos lenguajes que formen un encuentro intercultural donde se compilen diversidad de saberes que apoyen la constitución de la voz de la tierra.
La aceptación de la crisis climática, así como el decaimiento del actual sistema económico, serán aliento y fuerza para buscar modelos socioeconómicos ancestrales, que por procesos de colonización fueron desprestigiados volviendo su sabiduría y conocimiento una herramienta obsoleta que cayó en desuso.
Si bien se buscará privilegiar la visión de las comunidades indígenas, esta investigación no busca caer en una suerte de indigenismo ciego que considere esas prácticas ecológicas y de cuidado hacia la tierra como ideales; se reconoce que incluso en la actualidad comunidades indígenas y campesinas siguen realizando prácticas ancestrales que causan perjuicios a los diversos ecosistemas, como la plantación de la chagra, que involucra la quema del suelo y hoy por hoy, es causal de incendios forestales (el más reciente caso aconteció en la Sierra Nevada de St. Marta el 24 de marzo de 2020).
Lo que si se pretende es recuperar el sentido de respeto hacia la tierra, la naturaleza, como un ser sagrado, al que se le reconocen los Derechos de un ser vivo que respira y nos otorga una cantidad de recursos disponibles para nuestro desarrollo como especie, sin por ello, abusar y caer en modelos dependientes a la extracción y explotación de los recursos dados por la madre para alimentar un sistema económico, actualmente insostenible.
Es preciso privilegiar el lenguaje de las comunidades indígenas porque fueron los primeros pobladores de Abya Yala, el territorio latinoamericano. Así pues, se reconocen como el origen del sentir (costumbres), razonar (prácticas económicas) y actuar (uso de recursos naturales) aún arraigado en lo profundo de nuestro territorio, pese a los procesos violentos de eliminación de saberes impartidos por la colonia.
En estas comunidades, la tierra representa el origen mismo de la vida- muerte-vida, la madre creadora. Así, en un sentido de comprensión literal de la naturaleza como madre, la educación desde la infancia propone el cuidado, el respeto, reconocimiento y la reciprocidad como prácticas básicas de convivencia, siendo la ofrenda y el pagamento mecanismos de un diálogo bilateral entre la madre y sus hijos, los pobladores de ese territorio, para pedir permiso, consultar y demostrar respeto, además de agradecer por lo que se recibe de ella (recursos naturales que sostienen a la vida).
Nuevamente es importante recalcar que no se debe caer en un esencialismo de las comunidades indígenas, muchas han perdido este sentir y su actuar es opuesto a unas prácticas de cuidado con la tierra; esto es un llamado a la búsqueda del misticismo, el despertar a un sentir espiritual y de conexión con la vida que privilegie nuestro cambio de perspectiva sobre el desarrollo económico, social y cultural. El desarrollo de una cultura global americanizada nos ha puesto en un escenario de banalización de la vida llevándonos a puntos insostenibles donde la desigualdad, el hambre y la crisis climática prometen ser nuestro fin como especie.
En este aspecto, la perspectiva teórica que ayudará a conceptualizar la perspectiva sobre el sistema económico al que se ha venido haciendo referencia, estará a guiado por la voz del ecofeminismo ya que reconoce la urgente necesidad de generar cambios en nuestro caminar sobre la tierra: el paso a una biocivilización, donde “las mejores y más evolucionadas tecnologías son las que no destruyen la base misma sobre la cual vivimos”
(Shiva, B).
Este paradigma observa las relaciones entre lo femenino y lo masculino reconociendo que nuestro actual sistema económico está sentado sobre la base del patriarcado, sector que connota la fuerza de la conquista, la apropiación, la dominación y explotación de la tierra, como lo es el capitalismo y la actual globalización. Por otra parte, relata como la base de la vida ha sido posible desde el rol de lo femenino: la agricultura, trabajo de las mujeres, les permitió el despertar de consciencia sobre el cuidado de la tierra, la abundancia, el crecimiento, los ciclos, el cultivo y cosecha del alimento, base de nuestra supervivencia, del surgir y mantener la vida; una suerte de conciencia ecológica perteneciente a la energía de lo femenino otorgado desde el poder de maternar, nacer la vida desde el vientre, igual que la madre, que con su gran vientre provee el alimento.En este punto es importante resaltar que el ecofeminismo es una corriente que ante todo representa al pensamiento intersectorial, uno que trasciende las discusiones esencialistas de la división de roles y que en contadas ocasiones se puede observar cómo terminan generando mayor estigmatización y conflicto. Más bien invita a todos los sectores, por igual, a habitar la práctica del cuidado de la vida como una labor de la que todos los seres humanos, sin importar el sexo, poseen la capacidad, y tienen el deber de practicar, fuera del credo político, religioso, orientación sexual y raza. Un despertar de la energía femenina que reside en cada ser que habita el planeta.
Cómo respondemos a los desafíos de la emergencia climática desde el encuentro y
reconocimiento de la interculturalidad?
Melisa Cáceres