LOS ROSTROS DE FUEGO / CAPÍTULO 14 Y FINAL DE CACAIMA

Ilustración : Mayday Machado Martínez (Cubana)

CAPITULO DECIMOCUARTO

LOS ROSTROS DE FUEGO

Cuando cayó la última antorcha encendida, se abalanzo toda la caballería sobre la gran plaza, el suelo tembló, el ruido de los arcabuces y los gritos de guerra ocuparon la aldea, se espantó el silencio con increíble violencia.  Los mercenarios se regaban por todos lados, los perros ladraban a la oscuridad del bosque, los hombres estaban confundidos y decepcionados. Maldecían su infortunio, no encontraron nada de valor, ni un botín de guerra para repartir.

El capitán mando traer al mensajero que los había guiado hasta allí para cuestionar los acontecimientos, mientras tanto en los alrededores se tensaban los arcos con flechas envenenadas, apuntando a los desesperados de la plaza. Cuando hizo presencia el traidor frente al enfurecido capitán, una flecha atravesó su garganta, le siguieron un centenar de flechas y  se escuchó el gran rugido del jaguar en toda la selva, era tal el estruendo que paralizo a toda la tropa, que era atacada por sorpresa.

Después de agotarse las flechas los guerreros emplumados bajaron al encuentro de sus rivales,  sigilosamente abatían a cuanto soldado encontraban, sin embargo los perros carniceros también cobraban sus víctimas, al igual que los cañones y los arcabuces, la lucha cuerpo a cuerpo no tardó en darse, Cacaima y los demás guerreros provistos de garrotes y cuchillos de obsidiana luchaban con todas sus fuerzas. El capitán con su caballo y espada arrasaba ferozmente con quien se le atravesara a su paso. De nuevo se cruzaban las dos miradas iluminadas por el fuego que se alzaba varios metros hacia el cielo.

Sus rostros incandescentes con el brillo rojo de la candela reflejándose en el sudor, cruzaron miradas a lo lejos, no había sorpresa, era una vieja deuda a punto de pagarse, los dos hombres se batían en la mente, mientras se estrechaba su distancia en el campo de batalla. Cacaima tomo una lanza enemiga y con ella hirió el pecho del enorme animal que cargaba con Jerónimo de Mendoza, provocando su aparatosa caída. En ese momento un rayo de arcabuz destrozo el hombro de Cacaima, quien se desplomo también en el suelo. La querella se tornaba sangrienta, los dos bandos débiles se jugaban el todo por el todo.

El capitán se levantó con dificultad, busco con la mirada a Cacaima, que se encontraba a unos cuantos metros herido. Saco la lanza del pecho de su caballo, mientras su contrincante natural se incorporaba, todo a su alrededor ardía, y en el suelo brillaba la sangre derramada, poco a poco se acercó el capitán arrastrando su paso, Cacaima empuñaba un cuchillo con el único brazo que le quedaba, el odio del hombre blanco lo mantenía ciego, Cacaima le habría arrebatado la posible gloria en estas tierras lejanas. 

Se dieron un tiempo para adivinar el próximo movimiento cuando ya estuvieron cara a cara, abrazados por el calor del fuego… el capitán apretó sus manos en la lanza y la blandió contra la humanidad de Cacaima, sin vacilar el guerrero emplumado con su espíritu felino lanzaba su brazo como garras, desafiando el filo de la lanza, esquivando con agilidad  cada estocada, pero cada vez estaba más cerca el acero, que le deslumbraba los ojos con el frio resplandor de su brillo. 

Pronto encontró la oportunidad para alcanzar el cuello con su cuchillo de obsidiana, endureció su ataque contra el ambicioso capitán, haciendo retroceder su paso, cada ataque llevaba la furia salvaje de su espíritu, pero el cansancio y la sangre que perdía a cada segundo, diezmaban su fuerza.

 -Al final siempre tenemos que batirnos contra el tiempo, que terminara llevándose todo lo que queremos-. –Pensaba el agotado guerrero-.  Cuando por fin logro encontrar un flanco para atestar su último golpe, pese a que esta oportunidad lo dejara completamente indefenso. La tomo sin vacilar y  se dejó atravesar el costado con la lanza, mientras hendía en el cuello del ambicioso mercenario la filosa obsidiana. En el suelo se fueron juntando las dos sangres que brotaban compulsivamente de las heridas recién abiertas…

Ese fue el fin de una salvaje historia, narrada desde el origen del nuevo mundo, mundo que germinaba y florecía de las heridas. Con el silencio de sus muertes anónimas entre la espesura de la selva, se crearon cuentos y míticas canciones, la memoria de Cacaima viajo por todo el continente de la gran tortuga, advirtiendo de los peligros que asechaban la vida salvaje, muchas de las tribus perecieron a manos del hombre blanco. 

La raza jaguar logro alcanzar la montaña blanca cerca al mar. Refugio sagrado para el pensamiento de todos los pueblos nativos del gran territorio guaraní y desde sus inhóspitas alturas juraron proteger el corazón y el espíritu indómito de la selva,  aguardando la era en que los hombres encuentren un lugar común en su interior, para que la verdadera historia salte en sus corazones, historia que corre en su torrente rojo por todas las venas del continente, desde el pasado tenue alumbrado por la luz perenne de un antiguo sol venerado, hasta la nueva era que palidece bajo las lunas eléctricas de ciudades convulsionadas por el afán del nuevo mundo.  

Fin.


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Autor H.Martín 

Escritor, guionista y poeta conceptual bogotano, cofundador de la organización ECONCIENTES, enfocada a a creación y fomento del arte con valores ecológicos y preservación del medio ambiente desde el área de literatura. Actualmente columnista de la revista Cultural Tras La Huella y miembro activo de RAL (Rutas de arte Latinoamericano).
Ilustración: Mayday Machado Martínez


Nació el 15 de marzo de 1989 en Sancti Spíritus, Cuba. Desde niña mostró inclinaciones artísticas y estudió en la academia de artes Oscar Fernández Morera, donde se graduó en escultura y cerámica. Ha impartido clases en su alma mater y en Caracas, Venezuela. Ha participado en eventos y exposiciones en Cuba, México y Alemania. Trabajó como artista independiente con su propia casa taller y actualmente vive en Montevideo, Uruguay, donde es profesora de escultura en un atelier de arte.

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