La efímera
La hoja verde, de tantos matices desde algunas miradas imposibles.
Subió con sus patas apartadas por el tallo resbaloso, que era el reto, el de siempre, el de sus escasas horas de vida; era su vida. En el primer intento se precipitó a la raíz sin aviso, ni excusas, ni más posibilidades que caer. La segunda vez lo intentó por dos minutos y, conociendo la premura que apresura, dio un salto alto y se trepó hasta el centro; allí dudó: la hoja o el tallo, hasta llegar a la cima. Pero como la duda pesa y después de unos segundos se convierte en miedo, se soltó del todo y en su nuevo vuelo hacia el aturdidor terreno pensó en su destino, en lo imposible de su elección, en cambiar de sueño.
Un golpe fuerte y de cara al sol se lanzó a su tercer intento, lleno de coraje.
Sabiéndose agonizante, atrapada en la dictadura del tiempo, recordó sus deseos, la necesidad de dignificar la muerte de su cuerpo y su gusto por el viento en los ojos. Desde la montaña vio a muchos de sus mismos revolcarse en la tierra sin suerte, ni pagamentos, ni rituales, solo con la tristeza por perder en un tallo mojado cualquier distinción o reconocimiento.
El tic-tac que aturdía su pensamiento la alentó a ponerse de patas y se convirtió en el más poderoso insecto. Subió con mucha fuerza, siempre atenta y aguantando el dolor que producía la gravedad en su cuerpo. Alcanzó victoriosa una hoja que por poco la arroja nuevamente hacia el suelo. Sujetó una rama y saltó al deseo, pistilo auténtico de la flor más hermosa: morir en medio del viento.
Ya sentía en su vientre el fulgor del adiós de la vida instantánea que llegó al amanecer y se iría pronto durante el ocaso, de la mano del sol. Triunfante, alzó la cabeza para ver desde arriba y llorar desde su cómoda condición ante el cementerio de hermanos infortunados, que jamás lograrán percibir la luz del astro de cerca. Ya con todo acabado sin revueltas, ni llantos, ni frustraciones se empeñó en morir.
La hoja movió la rama, la rama movió la flor. Cayó en medio de un grito aterrador y en la tierra igual que los otros, patas arriba y desesperada perdió todo su aliento. Antes del último segundo, el de la fatal aspiración, descubrió el motivo de su ya muy triste fatalidad. Un joven, tan joven como ella lo fue unas horas atrás, se aferraba al tallo buscando la cima y con su movimiento le negó el aplauso, el placer de lo logrado, del camino intrépido, del deseo hecho. Otro joven como ella, la condenó a su destino.
Hagámonos espacio
Ven hagámonos espacio, que no nos detengan los satélites, ni las estelas químicas o las nubes estacionadas.
Date la vuelta y en un pedacito de tu cama o de tu suelo, sin hacer ruido, ni mover la puerta, te abrazaré de cucharita hasta que te duermas. En estos días de frío no lograré cubrirte mucho, pero seguro que se enciende un fuego pequeñito en los vientres y hasta quizás en los sueños nos veamos.
Te acuerdas cómo es sentir en la cara el vapor que sale de los pocillos que sirven la agüita caliente, y todo ese cariño que se deposita en los sorbos de un hogar. Hogar de una, de dos, de tres o de las que hayan sido.
Cuando la luna brille o el sol abrigue y sientas que sostienes los pesos del mundo en tus hombros, abre grande, anunciarán las desidias, que siempre se puede renunciar y tal vez escuche desde mi galaxia tus gritos y llore contigo.
Quisiera componer una ruta, un plan, una mafia cósmica para que todos los días tu mirada impávida y desprevenida se vea de frente con flores o pájaros, o plantitas fugitivas de las materas, con cucarrones o luciérnagas, con mariposas y duendes, y que siempre, por un instante diminuto, incontable, perceptible pero no registrable, seas tú con el asombro.
Te he descubierto en medio de los ataques de la misma desesperación y las múltiples tristezas. Sé que me miras. Gracias por no juzgar las desnudeces, por no traer con tu sombra la moral y, en cambio, jugarretear en las cortinas haciéndote pasar por aire recio, y luego quitarme el pelo de la cara y arrullarme sin tiempo y sin final.
La vida nuestra
Abrimos los ojos al mundo de este tiempo,
la mañana primera en que las manos de la abuela
acariciaron el transito del vientre a la tierra.
Cantos, gritos y arrullos sonaron para despertar cada día.
Cantó gallo, mugió vaca, ladro perro y silbó grillo.
La infancia sintió en su boca el sabor dulce de los ríos,
y en el fantástico arrebol volamos en el viento de la montaña,
llevando en la sonrisa el corazón de la siembra.
Despuntaba nuestra tímida juventud en medio de la yerba y las estrellas,
Jugando entre los frutos coloridos que ofrecía cada la cosecha.
Tocamos desde adentro el corazón de la madre,
protectora incansable de la especie ingrata que la convirtió en ciudades.
En el pecho ardió el sol del mediodía y agradecimos por siempre
el poder de sembrar, recoger y ofrecer alimento y medicina.
Vimos las flores crecer con nuestras esperanzas
y alabamos con los jóvenes cuerpos, un campo que nos recogió en sus brazos.
Al atardecer rodamos por las pendientes y los largos caminos,
visitando árboles antiguos y sabios envejecidos,
que nos llamaban urgente para enseñarnos
de maneras y costumbres que intentan mantener:
atenta la memoria y viva la tierra.
Cielos, nubes, veranos e inviernos
pasaron por nosotros al igual que el tiempo.
Marcó el reloj la hora de traducir en los nuevos nacimientos,
la historia profunda de este valioso saber y comprometido conocimiento.
Al anochecer se arrugaron las manos labradoras,
Nuevas semillas retoñaron en los campos,
Fuimos abono, raíz, flor y de nuevo fruto.
Fuimos pasados, presentes y seguimos luchando por ser futuros.
Verde color del todo para quien mira el horizonte y encuentra allí su tronco,
Campesinos nos llamarón y al final de la tierra somos todos.
Pasos y senderos van creciendo al paso y al encontrarnos con nuestros hermanos,
vestidos de animales, plantas, rocas, vientos, aguas y existencias,
nos invade el eco profundo de la vida… para siempre nuestra.
Texto de Jaibaná
Imagen : Fabián Zamora
Reseña:
Soy Leidy Agudelo (Jaibaná), actualmente vivo en Bogotá y existo en la Tierra. Mi profesión es la pedagogía. Disfruto mucho viajando, en la geografía y en la mente, también en las historias de personas, de esas personas, que cuentan sus días con el inmenso cansancio de la vida que se fija, la que vendrá o la que se irá. Quiero ser poeta y como niña quiero escribir todo lo que quiero en las paredes, luego en ropa con muchos colores y como anciana quiero cantar, sembrar, coser, leer y viajar siempre.