Por Bertsy Goic Figueroa

Esa desigualdad  que genera injusticia

Estos últimos años, Latinoamérica ha estado revuelta por un variopinto abanico de demandas sociales. Su naturaleza es muy variada, desde la protección del medioambiente y el derecho a vivir en un espacio “limpio”, el derecho a educación y salud, los derechos de los adultos mayores, la falta de oportunidades, la inseguridad permanente en que vivimos las mujeres, la corrupción y un sinfín más, que no voy a seguir listando porque si no, no llego al punto. Muchas de estas demandas nacen de un sentimiento colectivo de desigualdad. Es decir, esa sensación de que no se nos trata a todos de la misma manera o no se nos mide con la misma vara. Es este sentimiento generalizado de injusticia que se ha manifestado y ha hecho eco en la sociedad.

Soy latina y, por cosas de la vida, actualmente vivo en Francia. Estaba acá, cuando en el 2019, vino la revuelta social de Chile y con un grupo de amigos conversábamos sobre qué estaba sucediendo al sur del mundo. Luego de una larga discusión, lo que al final del día les sorprendía, no era el movimiento social, si no que hubiéramos aguantado tanto tiempo. Y claro, hay que entender un poco la historia de opresión que tenemos, pero omitiendo eso, creo que tienen razón. Es natural reclamar cuando la situación es desigual y los niños pequeños lo saben. Es normal que, a eso de los 4 años, los niños comiencen a gritar “no es justo”, cuando se ven expuestos a una situación que, a sus ojos, los desfavorece. Y no son los únicos. Existen varios estudios en primates no humanos y otros animales que también lo avalan, siendo particularmente cierto en aquellas especies altamente cooperativas.

Por ejemplo, en 2003, un artículo de Brosnan y de Waal mostró que, los monos capuchinos, se negaban a participar o rechazaban la recompensa por completar cierta tarea, cuando el pago era desigual ante un mismo trabajo. Básicamente, el ejercicio consistía en una transacción: los monos debían entregar una ficha a cambio de un trozo de pepino. Hasta este punto, todos los capuchinos estaban dispuestos a participar. Sin embargo, cuando los investigadores comenzaron a ofrecer distintas recompensas, por la misma tarea, (trozos de pepinos o apetitosas uvas, una comida más deseada por los monos), comenzaron las protestas. Los capuchinos que antes recibían con gusto un trozo de pepino ya no estaba dispuesto a aceptarlo (una recompensa menor) a sabiendas que su camarada recibía uvas. Entonces mostraban su disgusto, y preferían rechazar la recompensa, antes que aceptar tal «injusticia». Y este efecto se amplificaba aún más si el compañero recibía dicha recompensa gratuitamente (sin realizar transacción alguna). Así, este experimento demostró que los monos capuchinos son capaces de medir la recompensa en términos relativos. Es decir, pueden comparar esfuerzos y retribuciones y no solo eso, se manifiestan en caso de sentir una situación de desigualdad. Luego se realizó otro experimento en el cual, los monos capuchinos, recibieron recompensas desiguales, pero se alternó el turno de quien recibía la mejor recompensa, permitiendo que todos los participantes se vieran favorecidos al menos una vez. Bajo este escenario, los primates fueron 3 veces más proclives a seguir colaborando en comparación a cuando era solo uno el beneficiado. Este resultado sugiere que los monos son capaces de postergar su recompensa a corto plazo, siempre y cuando, observen que es posible lograr una igualdad grupal a largo plazo. No se trata sólo de evitar la desigualdad, sino de lograr equidad a largo plazo. Es el resultado de la cooperación global lo que entra en juego.

Curiosamente, no todas las especies de primates estudiadas respondieron a la desigualdad del mismo modo. Al parecer, sus reacciones estaban relacionadas con su “riqueza social” y la capacidad de cooperación. De esta manera, las especies más colaborativas fueron las que se mostraron menos tolerantes a las situaciones desiguales.

Posteriormente los autores quisieron saber si la cercanía social podría influir, tal como ocurre con los humanos, en la respuesta a la desigualdad.  Para esto, compararon dos grupos de chimpancés: un grupo recién formado (8 años) y otro más afiatado (más de 30 años), donde las relaciones entre los integrantes eran más profundas. Al repetir las mismas condiciones experimentales a la que fueron expuestos los monos capuchinos, ambos grupos reaccionaron ante la injusticia. Sin embargo, la respuesta del grupo más consolidado fue atenuada. Esto sugiere que, los chimpancés, al igual que los humanos, tienden a responder de forma diferente a la desigualdad dependiendo de las relaciones de cercanía y parentesco entre los individuos.

Pero esta sensibilidad a la desigualdad no es exclusiva de los primates. Un estudio publicado en el 2013, nos muestra que los cuervos también tienen la capacidad para comparar tareas y recompensas. Nuevamente, usando el sistema de intercambio de fichas por comida, se pudo constatar que estas aves eran menos propensas a participar en los intercambios cuando un compañero experimental recibía una mejor recompensa o, peor aún, cuando la recompensa era recibida como regalo. Estos estudios nos indican que, tanto los cuervos como los humanos, no sólo somos sensibles a la desigualdad, sino también al esfuerzo y recompensa de sus camaradas.

Estos y otros estudios nos señalan que, en un contexto social, el motor de la justicia y la igualdad es el sentimiento de indignación ante el trato injusto: cómo me tratan a mí en comparación a cómo tratan a los demás. Es el rechazo a la injusticia y la protesta por ella, lo que nos enseña a ponernos en el lugar del otro. Es un secreto a voces, incluso cuando el objetivo podría no ser la igualdad por sí misma, sino la cooperación continua.

Ahora, volviendo a las demandas sociales, el problema es obviamente mucho más complejo que los estudios que hemos descrito aquí, pero nos da una perspectiva biológica-social del asunto. El problema va más allá de repartir por igual a todos, es necesario considerar las necesidades de cada uno. No se trata solo la desigualdad, sino esa desigualdad que genera injusticia.

Ref

doi:10.1038/nature01963

doi: 10. 1098/rspb.2004.2947

doi: 10.1002/ajp.20261

doi: 10.1371/journal.pone.0056885

doi : 10.1073/pnas.1301194110

www.franceinter.fr/emissions/sur-les-epaules-de-darwin/sur-les-epaules-de-darwin-20-avril-2019

 

 

Bertsy Goic Figueroa es ingeniera en biotecnología de Molecular, tiene un PhD en Biotecnología, trabajó por varios años como investigadora en el instituto Pasteur. Actualmente es comunicadora e ilustradora científica freelance.

 

Ilustración por Natalia Belén Beiza
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